San Vicente

jsilva 06

Aquella noche que paramos el coche para descansar en medio de la total oscuridad, jamás pensé que iba a toparme al amanecer con ese regalo en forma de paisaje. Después de esa majestuosa visión azarosa, todas las postales me parecen copias baratas, pérdidas de tiempo, y entonces entendí algo más de lo que ese profe de COU quiso decirnos cuando se presentó en clase con una foto donde tan solo salían unos ojos de mujer de mirada profunda en primerísimo plano. Nunca estuve más cerca de comprender palabras tan difíciles como infinito o eternidad, que aquel amanecer en Sagres.
Allí imaginé, callado, a gigantes jugando a darle formas a los acantilados cincel en mano. Allí creí que el viento aullaba, pero al prestar atención, distinguí letrillas y melodías de antiguos fados. Allí, donde decían que se acababa la tierra, donde Europa se emborracha de Atlántico, si gritas con fuerza las olas te contestan con las voces de los marineros muertos que se resisten a abandonarnos. Allí, el sol funambulista anda siempre haciendo equilibrios con el horizonte y nunca falta un barco que haga de actor de reparto a lo lejos.
Allí decidimos quedarnos unos días, los últimos días que pasamos juntos. Pero eso yo no lo sabía entonces. Por eso, en realidad, aunque nunca he vuelto, tampoco me he marchado de Sagres. Siempre revolotea en un rincón de mi cabeza.
Si lo hubiera sabido…

Fernando Po